Tamal de muerto, un legado olvidado de Querétaro
Descubre el Tamal de muerto, un platillo ceremonial de la Huasteca queretana que honra a los muertos y protege a los vivos.
En todo México existen platillos que cuentan historias y resguardan siglos de cultura en sus ingredientes; uno de ellos es el Tamal de muerto.
Esta enigmática preparación de Querétaro, elaborada con maíz prieto, hojas de totomoxtle y, según la leyenda, cenizas de difunto, forma parte de un ritual ancestral que sobrevive en silencio entre las montañas de la Sierra Gorda.

Un tamal que se ofrenda, no se vende
De acuerdo con el libro Otomíes del norte del Estado de México y sur de Querétaro, municipios como Jalpan de Serra, Landa de Matamoros y Pinal de Amoles, cuentan con una gran herencia otomí y chichimeca. Ahí, el tamal de muerto no se vende ni se cocina por antojo, sino como un platillo ceremonial.
En estas comunidades, el maíz no es solo un cultivo para saciar el hambre, sino un símbolo de identidad y resistencia. Por ello, el tamal de muerto se prepara exclusivamente para el Día de Muertos como una ofrenda sagrada. Más que un alimento, es un acto de memoria, respeto y protección.
La elaboración de este tamal puede variar de acuerdo a las comunidades. Sin embargo, existen elementos en común al momento de su preparación: la masa martajada de maíz prieto o azul, el relleno de carne de cerdo o guajolote, una pasta espesa de chile chino, y el queso cotija. Mientras que, su versión dulce se elabora con queso y piloncillo.
El tamal es más grande de lo habitual, con apariencia más aplanada y se cocina envuelto en hojas de totomoxtle, lo que intensifica su sabor terroso y profundo.
Incluso, la preparación del tamal de muerto comienza una noche anterior, donde las mujeres de la familia se reúnen para nixtamalizar el maíz, preparar la salsa y los rellenos.

Una leyenda que sobrevive
Vega Monroy, en su libro Viñetas queretanas: tradiciones, costumbres y recuerdos, cuenta que la leyenda más conocida que se tiene de esta preparación está vinculada con «El Gran Tuno», un curandero huasteco conocido por ser sanador. Tal era su fama que no solo los habitantes del pueblo acudían a él, sino también personas de Veracruz, Puebla, Hidalgo, San Luis Potosí y Tamaulipas.
Debido a esto, se creía que cuando uno de sus pacientes fallecía, la familia preparaba tamales de muerto con agua con la que se había lavado el cuerpo del difunto. Incluso, se llegaba a decir que en ocasiones, se preparaban también con un poco de sus cenizas como forma de protección para los vivos.
Así, quien comiera el tamal de muerto, no sufriría los mismos males del difunto, pues recibiría una parte de su «esencia» para alejar la enfermedad.
Resistencia mediante el maíz y las tradiciones
Hoy, este tamal casi no se menciona fuera de sus comunidades de origen. En un país donde la cocina tradicional lucha contra el olvido y la industrialización, el tamal de muerto de la Huasteca queretana resiste como un testimonio del profundo vínculo entre la cocina, nuestra cultura e identidad.
No solo alimenta el cuerpo, sino también la memoria colectiva. Preservar el tamal de muerto, así como otros platillos ceremoniales casi olvidados, es un acto de resistencia y de amor a nuestras tradiciones. Un recordatorio de que el maíz es el eje central de nuestra historia.
Conocer, recordar y compartir nuestras tradiciones e historias es lo que las mantendrá vivas por muchos años.
